Durante las últimas décadas la agricultura creció de manera exponencial en nuestro país, pero ese aumento en la producción de granos no necesariamente se correspondió con un incremento en la producción científica. De hecho existe un fuerte desbalance entre estas variables: «La Argentina produce el 16% de la soja del mundo y sólo el 2,4% del conocimiento científico, mientras que EE.UU. produce el 40% de este cultivo a nivel mundial y sus investigaciones están equilibradas, puesto que también genera el 40% de la literatura científica mundial».

La advertencia fue realizada por Roberto Benech Arnold, profesor titular de la cátedra de Cultivos Industriales de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) e investigador principal del CONICET, quién consideró: «Existe un desbalance en el peso que tiene la agricultura en las economías emergentes y el conocimiento científico generado en el área agrícola. Esto amenaza la sustentabilidad de los sistemas productivos.

Según el investigador, quién participó del Congreso de Malezas celebrado en la Ciudad de Buenos Aires, la expansión de la agricultura en la Argentina estuvo impulsada por condiciones agroecológicas sobresalientes que posee el país para producir cultivos de granos y por la rápida adopción, por parte del sector productivo, de tecnologías generadas en países centrales (como los cultivos transgénicos y los herbicidas asociados a esos materiales, entre otros).

«El problema es que si la adopción de tecnología producida en países centrales es más acelerada que la generación de conocimiento científico que considere el impacto a diferentes niveles que puede tener esa tecnología (lo que permitiría, entre otras cosas, hacer un uso sustentable de esas herramientas), terminan irrumpiendo problemas como los que aparecen ahora con las malezas. Si se hubiera generado más ciencia en relación al funcionamiento de estos nuevos sistemas de producción y, además, hubiera habido canales adecuados para la comunicación de resultados al medio productivo, nos podríamos haber anticipado a esos problemas y haber diseñado sistemas de manejo más sustentables», ejemplificó.

«La investigación básica es necesaria para garantizar la sustentabilidad de los sistemas de producción y agregar valor a los granos», subrayó Benech Arnold, y puntualizó que, en relación a la ciencia de las malezas, «la hegemonía también la tiene EE.UU., con una alta cantidad de artículos científicos, respecto de Brasil y la Argentina».

«El continente americano produce el 50% de los granos de todo el mundo (teniendo en cuenta los principales cultivos extensivos). EE.UU. general el 60% de ese total y el 60% de la literatura de ciencia de malezas. Brasil también estaría balanceado. Pero la Argentina produce 11% de los granos y solo 4% de la literatura científica sobre ciencia de malezas».

Pese a esta situación, el investigador destacó un dato alentador: «En la Argentina publicamos poco, pero en revistas de alta calidad científica, que están indexadas. Esto da cuenta de la calidad de los pocos grupos de investigación». Al parecer, esto no siempre sucede en los otros casos analizados. «Los países que producen más artículos científicos e invierten más dinero en esta materia también son más consistentes en el tiempo en la inversión científica», afirmó, y subrayó la necesidad de implementar políticas de desarrollo científico a largo plazo.

Equilibrio y políticas de Estado, se buscan

¿Qué medidas sería necesario implementar para lograr un equilibrio entre la producción y la ciencia? Para Benech Arnold, es importante considerar que la adopción de tecnología generada en otros países debe estar respaldada y monitoreada por la investigación científica local, para asegurar la sustentabilidad. Además, es fundamental que el aliento a la generación de grupos de investigación esté respaldado por un financiamiento sostenido en el tiempo.

«Toda la ciencia (local y de otros países) debería servir de reaseguro. Sin embargo, la ciencia generada localmente abordaría los problemas de nuestros sistemas de producción, que tienen sus propias particularidades. Por otro lado, la ciencia generada localmente puede agregar valor a nuestra producción, a partir de, por ejemplo, la percepción de regalías por el patentamiento de nuevos eventos biotecnológicos (el trigo y la soja resistente a sequías producidos por la Universidad Nacional del Litoral es un claro ejemplo). Eso haría que la contribución de la agricultura a nuestro PBI no sea solo a partir de la exportación de commodities».

En la actualidad, la Argentina invierte entre el 0,6 y el 0,7% de su PBI en ciencia, equivalente a uno de los porcentajes más altos de Latinoamérica (aunque inferior a Brasil). «Si bien todavía falta aumentar la inversión en ciencia, es evidente que el apuntalamiento del área de ciencia y técnica ha sido una política de Estado para el Gobierno nacional desde 2007. Esto se demuestra, entre otras cosas, a partir la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación», dijo Benech Arnold.

«Esto debería sostenerse en el tiempo, es decir, debería seguir siendo una política de Estado, independientemente del color político del gobierno que continúe después de las elecciones presidenciales de octubre. Debería hacerse todo lo posible, además, para que existan canales fluidos entre el sector científico y el sector productivo, que también debería tomar conciencia de la necesidad de apoyarse en el sector científico», concluyó.

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